El turismo debe doler a todos

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Es muy posible que muchas personas pudieran pensar que el turismo es algo que sólo debe doler y preocupar a quienes viven de esa actividad.

Como no soy hotelero ni tengo relación directa con quienes se desenvuelven en ese negocio no tengo porqué sentirme afectado si ese sector colapsa por tal o cual circunstancia.

Se trataría de un razonamiento absolutamente erróneo, pues la actividad turística se ha vuelto transversal a los demás sectores de economía de la República Dominicana, por muy alejado que parezcan.

Además de los ocho o nueve mil millones de dólares que genera anualmente el turismo de manera directa, hay que incluir los miles de millones de pesos que el sector adquiere en productos agropecuarios, bebidas, servicios personales, artesanías, transporte, entre otros.

El sector turístico emplea a miles de personas en sus distintos procesos, desde la construcción de un hotel hasta el acicalado de una habitación.

Y todos los recursos que generan estas diferentes etapas del entramado turístico producen un impacto en las demás esferas de la vida económica de la nación, aunque se trate de poblaciones que se encuentre físicamente distantes de las áreas de hoteles o resorts.

Debido a lo anterior es que a todos los dominicanos debe preocuparnos que el principal sector generador de divisas y de encadenamiento productivo de nuestro país se vea afectado por circunstancias previsibles.

Es por ello que las autoridades, juntamente con los empresarios del sector, deben tomar bien en serio los acontecimientos que han ocurrido recientemente y enfrentarlos con la premura necesaria, antes de que se conviertan en una bola de nieve que corre pendiente abajo.

Estos hechos, si bien son situaciones aisladas, sirven de abono a competidores de la República Dominicana, los cuales invierten sumas elevadísimas en la promoción de sus destinos, pero al mismo tiempo aprovechan nuestras debilidades para magnificarlas con el interés de desplazarnos.

No es verdad nuestro país es más inseguro para los visitantes que Jamaica o Puerto Rico, por ejemplo. Los hechos delictivos que allí ocurren—con mucha frecuencia homicidios múltiples—no son difundidos en las cadenas noticiosas internacionales como reflejo de sociedades en descomposición donde los turistas deben abstenerse de visitar.

Frente a situaciones de deterioro de imagen, los Gobiernos de esos países no escatiman recursos para mantener la proyección de sus territorios como destinos seguros para los visitantes extranjeros.

Sin embargo, las autoridades dominicanas se confían mucho en la buena fama de nuestros polos turísticos, en una especie de desafío a la suerte, al parecer olvidando que playas, sol, arena y prostitutas existen en todo el mundo.

En conclusión: la protección de la imagen del turismo tiene que estar por encima de todo.